Latidos Latinos
Recuerdo perfectamente que fue hace un año, en septiembre del 2021, estaba yo esperando abordar mi avión en el Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” de la Ciudad de México. Después de casi 6 meses de encuentros por Zoom, videoconferencias con reclutadores y trámites que se dificultaban frente a la guerra contra el COVID-19; al fin había sido aceptado en una clínica en Estados Unidos para el puesto de psicoterapeuta con población migrante, y mi vuelo rumbo a Massachusetts estaba a punto de salir. No sabia bien que vendría ni como saldrian las cosas pero era un salto que estaba más que dispuesto a dar.
Soy miembro de la diáspora Mexicana y actualmente radico en Springfield, MA. Cuando llegué aquí, lo que se me hizo más impactante fue comenzar a adecuarme a las formas y formatos de hacer terapia de este país, que hasta la fecha siguen chocando mucho con los que se hacen en México. Recuerdo que recién llegué me pidieron código de vestimenta y de imagen en consulta, lo cual para mi, de inmediato representó un shock para lo que yo venía haciendo en mi país, pues yo, siendo un psicólogo “de barrio”, que durante toda mi carrera me desenvolví trabajando en prisiones, centros de rehabilitación, centros de reinserción social, orfanatos, casas hogar, casas de recuperación de adicciones, victimas de abuso sexual y violencia. Nunca se me había exigido usar “ropa adecuada” e “imagen apropiada” para la terapia.
Sin embargo, lo que más me impactó al llegar a esta cultura, fue ver que en norteamérica está prohibido expresar las emociones, sea cual sean estas. Y lo que es peor, es asombroso ver como muchos terapeutas promueven que el paciente deje de sentir sus emociones también.
Para ser más claro, recuerdo hace unas semanas que un paciente mío falleció, llevaba viniendo a consulta conmigo aproximadamente 8 meses. Cuando me enteré, rompí en llanto, pues yo lo estimaba mucho y lo apreciaba. A los pocos días, le compartí mi tristeza a una persona de mi trabajo y su respuesta fue “Hay que acostumbrarse, los pacientes se van a morir, por eso no hay que vincularse con ellos. Ni modo, ahora solo queda cerrar su caso.” Esa respuesta me dejó aterrado y a la vez helado de la realidad cultural, aprendí que aquí, el otro es solo un “caso que se tiene que cerrar.” Un número, una cifra, un código. Este evento me impactó demasiado pues, en México siendo tan unidos, tan colectivos, tan expresivos, tan cálidos, esto es un golpe cultural y profesional impresionante cuando uno está acostumbrado a involucrarse en la relación con los otros.
Desde mis primeros años sentí un profundo interés por el comportamiento y la conducta de las personas. Cuando yo tenía apenas 3 meses de nacido mi madre falleció de una manera trágica, evento que hasta la fecha ha marcado el rumbo de mi vida. Pudiera decir que, sin pretenderlo, mi madre fue mi gran iniciadora en el mundo de la psicología y la filosofía. Con su muerte, ella despertó mi interés por conocer las motivaciones humanas. Así mismo, mi padre en su intención por aliviar las heridas de mi hermana y mías ante esta ausencia se volvió un excelente guía que siempre buscó darme la educación necesaria para desarrollarme en esta área. Mi padre ha sido una figura muy importante en mi vida hasta el día de hoy, con quien siempre estaré agradecido por haber sido más que un padre, un maestro; un gran maestro que me mostró que la vida duele, pero aun así vale la pena atreverse a vivirla. En su honor se inspira el nombre de este artículo, pues recuerdo que en mi infancia, mi padre realizaba el proyecto de la revista llamada "Visión Latina" y me decía que cuando yo creciera, yo iba a escribir en ella. Las cosas nunca salen como esperamos, pero me llena de orgullo saber que mi padre desde mis inicios despertó mi amor por la escritura y sobre todo por Latinoamérica.
He titulado mi historia "Latidos Latinos" porque siento y siempre he sentido que, a donde quiera que voy, a pesar de que mi madre no estuvo físicamente conmigo, ella habita en los latidos de mi corazón. A través de una palabra de apoyo, un mensaje de paz, o una frase cálida en este mundo tan frío y cada vez más y más distante.
Podría decir que mi madre me hizo psicólogo con su muerte y mi padre me dio el impulso para ponerme en ese camino. No importa en el país donde yo esté, a los dos siempre los llevo en mi corazón, así como a mi hermana, Ambar, quien ha sido siempre y sigue siendo un pilar fundamental en mi vida en los momentos más gratos y críticos de mi existencia.
Cuando era niño, llegué a lamentarme por todo el malestar que llegué a experimentar desde mis principios; sin embargo, hoy en mi ejercicio profesional, el dolor es mi herramienta de trabajo. Como terapeuta, he logrado resignificar muchas de mis experiencias de perdida, ausencia y trauma, y estas, se han vuelto mis mejores maneras de entender y acercarme a la experiencia del dolor del otro.
Pero una vez mencionadas una de las tantas cosas que me trajeron a este camino, creo que una de las motivaciones mas fuertes que tengo para trabajar dia a dia es tratar de escuchar y entender el dolor del otro, justo ese dolor que nadie se atreve o quiere escuchar. Justo por esta motivación, desde que llegué a este Massachusetts, me he desenvuelto en diversos espacios académicos y de salud mental que me han permitido impactar a más personas con este interés, así como a personas que buscan ser escuchadas.
Desde los primeros meses de mi llegada a Estado Unidos, comencé como voluntario en el Consulado de México en Boston impartiendo conferencias virtuales de manera mensual para la población hispana radicando en Estados Unidos, compartiendo temas de prevención de violencia, abuso, soledad y depresión y otros temas relacionados a la salud mental. Así mismo, mi interés por ampliar y compartir proyectos de salud mental me ha permitido poder incluirme actualmente colaborando en temas de educación y trabajo social con migrantes y refugiados a través de institutos en Boston como “Northeastern University” y “Harvard University” donde he podido participar en ponencias y mesas de trabajo para el desarrollo de proyectos con personas en condición de calle, adicciones, margInación, discriminación y estigmas sociales.
En este tiempo haciendo terapia con personas que han dejado su patria y sus raíces, me he dado cuenta de que, en su mayoría, los migrantes pasamos por una experiencia similar a la de orfandad, pues los migrantes, somos de una u otra forma huérfanos de patria. Y yo, quedé huérfano desde mis primeros años como lo mencionaba y por consiguiente, esto lejos de ser una desventaja, se vuelve una oportunidad en psicoterapia.
Ahí es cuando el dolor se convierte en sabiduría y lo que antes eran “traumas” se convierte en luz donde antes solo había oscuridad. En mi opinión, trabajar con población migrante es trabajar con el hambre, y no me refiero a una mera hambre fisiológica, sino a un hambre de una vida mejor, hambre de crecimiento personal, hambre de justicia, hambre de alejarse de la violencia, el abuso sexual y el maltrato. Hambre de querer mejores oportunidades laborales, hambre de vivir dignamente… y la dignidad es algo que esta sociedad requiere con urgencia.
Los psicólogos y terapeutas que colaboramos con población migrante, tenemos que tener estos puntos muy en cuenta, pues en mi opinión, a veces lo que puede marcar la diferencia entre una consulta terapéutica exitosa o fallida, radica en el trato humano y digno al paciente.
Si deseas contactarme para compartir ideas y/o saber sobre mi trabajo será un honor poder dialogar contigo. Mi correo es isragestalt6@gmail.com